24-10-05

¿Orfandad o guaches?: El mito del rajachucha, u o, papito corazón
Se reconoce en la indefensión frente a las necesidades básicas de la vida el carácter de orfandad en la imposibilidad de contar con los cuidados mínimos requeridos (techo, alimentación, educación, afecto, etc.) por un menor ante la carencia de un núcleo familiar. Claro, son los padres los responsables de cumplir con las necesidades de sus hijos. Sin embargo, frente a la ausencia de estos, el rol tutelar del estado adquiere junto a las instituciones de protección a la infancia un rol preponderante a la hora de velar por el cuidado de menores desprotegidos. No obstante, se ha señalado ésta como condición constitutiva de un grupo de artistas que no han logrado insertarse con cierta periodicidad y éxito como huérfanos de un circuito que exige la buena dote como venia. Frente a la estigmatización, parece necesario revisar los antecedentes que determinan tal estigma. Por una parte, están los padres: “Alma mater” y los maestros, ambos presentes en el rol que les cabe y que les cupo correr. Por otra, el rol que estos han desempeñado en la etapa post formativa de sus hijos putativos es el sustento que permite, erróneamente a mi juicio, pensar en una orfandad generacional. Aquí los padres no están ausentes, más bien han negado la paternidad de los hijos, como una forma de reacción arquetípica del carácter nacional. Si bien la madre ha depositado toda su sumisa complicidad en el juicio del padre, guardando silencio frente al destierro, a modo de una expulsión del paraíso, ¿o debo decir del fundo? El padre ha encarnado la subterránea voz del patrón “raja chucha”, lo que hace pensar en la bastarda paternidad de este, es decir, el alma mater no es la “misia” sino, “la china”, hija del inquilino, depositada en prenda para realizar las “tareas”, de la casa patronal. Sentando así las bases de una generación, si es que, desprovista de una herencia y un rumbo determinado (…caminante no hay camino…), por tanto más cercana a la imagen del bastardo, guacho (del quechua: Pobre) que a la desprotección del huérfano. Si bien la orfandad generacional parece del todo apropiada para retratar las secretas intenciones fundacionales, necesidad que parece comprensible frente a un potencial energético suspendido en una indecisión misteriosa, no es representativa de los antojos ouroboricos del arquetipo del tío mayor. Por el contrario si esta definición viene, ésta lo hará desde la justicia, mediante un juicio de paternidad (incluida prueba de ADN), y luego, a través de la solicitud de una pensión por alimentos. Bien es sabido, “papito corazón”, que la actual ley, protege a los hijos frutos de una relación y les concede los derechos correspondientes a los nacidos al interior de la relación conyugal. Esto considerando los sufrimientos y sacrificios realizados por las “santas” madres para criar a sus hijos sin el apoyo y la figura de un padre. El estatus elevado de la madre en su acepción popular y dentro de un carácter virginal y santo permite erigir un monumento a la mujer chilena esforzada. Desde esta perspectiva, los guachitos se deben por entero a la consagración de la relación materna frente a dos mundos claramente establecidos en su paradoja. Esto es lo ancestral y lo contemporáneo, lo que queremos ser y lo que sencillamente somos. La madre abnegada y cariñosa razón del espíritu empeñoso y persistente y el padre que gobernando con la fusta se hace acreedor del secreto respeto y cariño incondicional de su guacho, que dueño de un manifiesto resentimiento guarda bajo el poncho el puñal.
Tarde o temprano el guacho reclamará lo que le pertenece por derecho y cuando esto ocurra su entrada será triunfal, ya sea el hijo pródigo o Edipo el que reclame las llaves del fundo. No olvidar que el fundo Alma Mater siempre fue un barómetro de la movilidad social y que gran parte de su tradición intelectual se sostiene en valores republicanos incluyendo sus vicios.

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